Desearía no escribir sobre política, ni
políticos, pero lamentable siento preocupación por el nuevo escenario político
que refleja los últimos comicios locales y autonómicos en España. La fragmentación resultante de las últimas elecciones celebradas
en mayo aumenta la incertidumbre y provoca complejidad para hacer frente a los
compromisos asumidos con los socios europeos, lo que podría a su vez perjudicar
el sostenimiento del crecimiento español.
A pesar de todo, los cambios acaecidos como consecuencia de
la jornada electoral del 24 de mayo, no son tan radicales como se preveía por
la fuerte irrupción de los nuevos movimientos ciudadanos pero no obstante generan
algunas modificaciones significativas.
El desplome del PP,
que gobierna en España con mayoría absoluta, ha salido muy debilitado tras las
elecciones municipales y autonómicas. A pesar de seguir siendo la fuerza más
votada del país, el PP
ha bajado 11 puntos con respecto a las municipales de 2011 y 21 con respecto a
las generales de ese mismo año. Por su parte el PSOE, a pesar de su discurso
complaciente, ha perdido 670.000 votos en las municipales, siendo el peor
resultado de toda la democracia con solo el 25% de apoyos. Otros partidos han
desaparecido del panorama político español.
Estas elecciones han sido la segunda toma de
contacto con el electorado desde la aparición de los partidos emergentes, pero a
la tercera será la vencida y esa definitiva batalla se librará en las
elecciones generales del próximo invierno. Es hora de que unos y otros afinen
la puntería para ganar adictos, pero con el pasado corrupto de unos y la inexperiencia
de otros, la batalla está servida. Aunque no se pueden extrapolar los
resultados de estas elecciones con las generales, si se puede anticipar profundos
cambios en el voto del electorado.
