sábado, 3 de octubre de 2015

Mi parecer de SEPTIEMBRE 2015.

Las corrientes migratorias han existido desde las primeras civilizaciones. Durante la Reconquista, se pobló la meseta con gente traída del norte de la península para que ocuparan de forma permanente las tierras que se iban recuperando a los árabes, fundándose entonces la mayor parte de pueblos y aldeas de Castilla.

Después de los asentamientos llegó el crecimiento de la población y posteriormente la hambruna por la escasez de alimentos para toda la población, debido fundamentalmente al bajo rendimiento de las tierras cultivadas por las rudimentarias técnicas agrícolas y a las adversas condiciones climáticas con largas sequías. Estas circunstancias provocaron una emigración de los más pobres hacía zonas más favorables para poder subsistir. También, los enfrentamientos armados, (guerras) y enfermedades (peste negra) provocaron nuevas migraciones de unas zonas a otras para esquivar las penurias.

En definitiva, es muy difícil asentar población de forma permanente en zonas rurales. La emigración de los pueblos a las ciudades no ha cesado desde los años 50, si bien, el gran éxodo se produce en los años 60/70. Los distintos programas para fijar población en los pueblos nunca han dado los resultado esperados. La población rural cada vez es más escasa y de mayor edad. En zonas de montaña y en pueblos alejados de la capital o de localidades cabeceras de comarca, la despoblación es mucho más grave. No existe renovación generacional. Todos los años se cierran casas y colegios en los pueblos de nuestra querida Castilla.

No existe industria de ningún tipo en los pequeños pueblos de Castilla, como ocurre en otras regiones de España. Tampoco se han creado cooperativas para aglutinar y unir fuerzas en la comercialización de los productos del campo. El único sustento rural, la agricultura y ganadería, tiene crisis endémica. Los productos del campo no suben de precios en su origen, si bien, los intermediarios encarecen los mismos con márgenes desproporcionados. Sin embargo, los precios de los productos necesarios para poder desarrollar las actividades rurales suben de forma incontrolada (gasoil, abonos, fertilizantes, herbicidas, maquinaria, etc.). Los desequilibrios son latentes, cierre de urgencias médicas por la crisis, enseñanza, infraestructuras, etc. En definitiva, se mueren los pueblos. 


Posiblemente, en un futuro no tan lejano, todos los pequeños pueblos y aldeas de menos de cien habitantes están destinados a desaparecer por falta de gente. El mapa de nuestra querida Castilla cambiará de forma drástica. Existirán las localidades cabecera de comarcas y a su alrededor, en la inmensa estepa castellana, solo figurarán pequeños grupos de casas (caseríos) de utilidad ocasional en época estival, recolección, cacerías, etc.
Todo tan triste como aquella estrofa del poema “Viento de pueblo” de Miguel Hernández.

“Silencioso, desierto, polvoriento
que la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta”.

Así es la vida. Esto es CASTILLA.

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