Las
corrientes migratorias han existido desde las primeras civilizaciones. Durante
la Reconquista, se pobló la meseta con gente traída del norte de la península
para que ocuparan de forma permanente las tierras que se iban recuperando a los
árabes, fundándose entonces la mayor parte de pueblos y aldeas de Castilla.
Después
de los asentamientos llegó el crecimiento de la población y posteriormente la
hambruna por la escasez de alimentos para toda la población, debido
fundamentalmente al bajo rendimiento de las tierras cultivadas por las
rudimentarias técnicas agrícolas y a las adversas condiciones climáticas con
largas sequías. Estas circunstancias provocaron una emigración de los más
pobres hacía zonas más favorables para poder subsistir. También, los enfrentamientos
armados, (guerras) y enfermedades (peste negra) provocaron nuevas migraciones
de unas zonas a otras para esquivar las penurias.
En
definitiva, es muy difícil asentar población de forma permanente en zonas
rurales. La emigración de los pueblos a las ciudades no ha cesado desde los
años 50, si bien, el gran éxodo se produce en los años 60/70. Los distintos
programas para fijar población en los pueblos nunca han dado los resultado
esperados. La población rural cada vez es más escasa y de mayor edad. En zonas
de montaña y en pueblos alejados de la capital o de localidades cabeceras de
comarca, la despoblación es mucho más grave. No existe renovación generacional.
Todos los años se cierran casas y colegios en los pueblos de nuestra querida
Castilla.
No
existe industria de ningún tipo en los pequeños pueblos de Castilla, como
ocurre en otras regiones de España. Tampoco se han creado cooperativas para
aglutinar y unir fuerzas en la comercialización de los productos del campo. El
único sustento rural, la agricultura y ganadería, tiene crisis endémica. Los
productos del campo no suben de precios en su origen, si bien, los
intermediarios encarecen los mismos con márgenes desproporcionados. Sin
embargo, los precios de los productos necesarios para poder desarrollar las
actividades rurales suben de forma incontrolada (gasoil, abonos, fertilizantes,
herbicidas, maquinaria, etc.). Los desequilibrios son latentes, cierre de
urgencias médicas por la crisis, enseñanza, infraestructuras, etc. En
definitiva, se mueren los pueblos.

Posiblemente, en un futuro no tan lejano,
todos los pequeños pueblos y aldeas de menos de cien habitantes están
destinados a desaparecer por falta de gente. El mapa de nuestra querida
Castilla cambiará de forma drástica. Existirán las localidades cabecera de
comarcas y a su alrededor, en la inmensa estepa castellana, solo figurarán
pequeños grupos de casas (caseríos) de utilidad ocasional en época estival,
recolección, cacerías, etc.
Todo tan triste como aquella estrofa del
poema “Viento de pueblo” de Miguel Hernández.
“Silencioso,
desierto, polvoriento
que la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta”.
Así es la vida. Esto es CASTILLA.